Lo que debo relatar ahora es un poco más complejo que el episodio de la exhumación y reducción de los restos de mi abuelo, debo contar cómo 20 años después volví a tomar contacto con “la serpiente”.
No voy a generar misterio inutilmente, dirè que antes de cumplir 30 terminé viviendo en una pensión en el Tigre y justo en la pieza contigua vivía una mujer que se llamaba Beatriz. Beatriz tenía 60 años, los cuarenta cigarrillos que se fumaba al día la habían consumido, arrugado y teñido su piel del color de las aceitunas, había venido de España a los 5 pero todavía hablaba con la zeta bien marcada. En su pieza, que era más grande que la mía y estaba dividida por una cortina, ejercìa su trabajo que consistìa en atender a sus clientes a los que les leía el futuro en naipes o en unos caracoles que desparramaba en un círculo de collares de mostacillas. Ofrecìa ademàs hechizos y pòcimas para recomponer parejas o para formarlas. También curaba la pata de cabra, la culebrilla, y por supuesto, el ojeado.











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