Mucho antes que Sócrates se preguntara sobre el bien y el mal, los filósofos de Jonia habían buscado el secreto del Cosmos, la misión del agua y del fuego, el enigma de los astros.
B. Russell
El templo masónico
Los masones tienen una tarea simbólica: construir un templo espiritual. El modelo de ese templo es el templo del rey Salomón. Ahora bien, los templos en los que se reúnen los masones modernos son particulares. La masonería enuncia en sus reglamentos las características edilicias y decorativas que deben comprobarse en ellos. Luego de varias consideraciones concluye que los templos en los que se reúnen sus hombres son una representación del templo de Salomón. No hace falta que lo diga, esto es simbólico. No obstante, las reglamentaciones continúan. El largo del templo deberá ser de cuatro partes y el ancho de tres. Su altura es el infinito; su piso, el centro de la tierra. En otros rituales se afirma que su longitud va de Occidente a Oriente, y su ancho, del Septentrión al Mediodía; el alto es del nadir al cenit. Basta con imaginar tan sólo por un instante estas características para comprender que estos argumentos constituyen un fantástico estímulo para la imaginación. No obstante, el mensaje de estas medidas indefinidas es claro: el templo de los masones es el universo mismo. Todos los hombres están incluidos en él y para ellos trabaja la Institución. En lo concreto, los templos masónicos son salones con una decoración peculiar y del templo salomónico descrito puntillosamente en la Biblia poseen nada más que dos columnas. El resto del mobiliario semeja más a las antiguas salas parlamentarias europeas que a un templo. Sin embargo, la cosa no es tan sencilla. En el cielo raso se encuentra pintada la imagen de un cielo, algo así como si el techo no existiese. En la pintura se manifiestan, de un lado, el día, con un sol brillante; y del otro, la noche, con la luna y las estrellas. Esto claramente deja un espacio abierto para contemplar aquel infinito enunciado en los rituales. Pero, con relación a este símbolo —el cielo—, pueden hacerse otras observaciones.
2. El cielo
El cielo es un símbolo casi universal. Es una manifestación directa de la trascendencia, el poder, la perennidad y lo sagrado. Durante la noche, por el movimiento regular de los astros se revela el orden misterioso del universo. El cielo es fecundador de la tierra y por su acción todos los seres se producen. El mito del casamiento entre el cielo y la tierra se extiende desde Asia hasta América, pasando por Grecia y Egipto. La expresión hijo del cielo y de la tierra pertenece al orfismo. El cielo es también símbolo de la conciencia.
El día y la noche indican acaso uno de los sentidos más primitivos de la filosofía, la dualidad. Conviene tener en cuenta que la dualidad no siempre implica oposición. En cuestiones simbólicas, el día y la noche pueden verse como opuestos; pero, recordando la característica bipolar de los símbolos, pueden también considerarse como complementarios. Recuerde el lector aquel recorrido esotérico que describí más arriba: las bodas entre el día y la noche; el sol y la luna; el fuego y el agua; el vino y el agua; el espíritu y la materia; la sangre y el agua; lo masculino y lo femenino.
Otro punto que puede explicar la imagen del cielo es el hecho de que en los albores de la masonería sus integrantes se reunían en espacios apartados y abiertos, a cielo abierto. En esos casos, aquellos masones —ya especulativos— dibujaban en la tierra sus símbolos y, al concluir la reunión, los borraban para no dejar rastros de su actividad. Otra versión señala que los símbolos se llevaban dibujados en un pergamino y que este luego se enrollaba y era guardado por alguno de los hermanos. Esta tradición, la de dibujar los símbolos en una piel, se sigue manteniendo y se ve reflejada en la actualidad en un cuadro que se coloca en cada tenida al centro del templo. Se lo denomina el cuadro de dibujo y algunos especulan que tiene su origen no en los pergaminos, sino en los planos de las obras que desplegaban los albañiles de los gremios. De cualquier modo, como en todos los símbolos, a veces la procedencia del elemento no es tan importante como sus significados.
Ingresar en un templo masónico invita a cuestionarse algunas cosas, como, por ejemplo: ¿por qué las columnas de bronce que en el templo de Salomón se encontraban fuera, aquí están dentro?; ¿el cielo abierto implica estar dentro del templo o todavía no haber entrado en él?; ¿cuál es el sentido de estas contradicciones?; ¿o es que no se trata de una contradicción?
Vayamos de a poco. Conviene recordar que lo designado en la antigua Roma como templo era el sector del cielo en el que el augur observaba los fenómenos. Y ya que hablamos de Roma y de los augures y del cielo, sabemos que las lecturas que se realizaban en el firmamento eran tomadas como leyes en la época de los reyes romanos. Estos dictámenes acarrearon un ligero problema, no para los augures, sí para el pueblo, ya que los designios divinos eran secretos y misteriosos y podían ser interpretados por unos pocos. Con el tiempo y después de no poca sangre derramada, las asambleas de tribunos lograron que las leyes se redactaran en doce tablas. La virtud de la ley escrita es que puede ser conocida por todos.
Retornemos a nuestro tema. El templo era entonces también el cielo y, cuando esa imagen descendía a la tierra y se materializaba en piedra, era una representación del orden que imperaba en lo alto y también aludía a la morada de los dioses. La famosa clave salomónica de los dos triángulos invertidos y superpuestos acaso hiciera referencia a este axioma. Recuérdese: como es arriba es abajo; esto es: un nuevo orden, el de lo alto.
Retrocederé unos renglones. Dije: “cuando esa imagen descendía y se materializaba en piedra”. Nada se materializa por sí solo en piedra. Eran hombres los que tallaban esas piedras. Es decir, hombres que, como el dios del Antiguo Testamento, creaban un universo a partir de la nada. Se me dirá: “Usted se equivoca, los albañiles poseían una materia prima preexistente: la piedra”. Bien, diré entonces: creaban a partir de una argamasa primordial, como los dioses egipcios o, por qué no insistir, como el dios bíblico creó al hombre de barro. Después de todo, los templos son también representaciones de los hombres, pero de piedra. El hombre es consciente de la imperfección y debilidad de su cuerpo. Por eso aspira a algo que no tenga esa desgraciada precariedad, a algún género de belleza que sea perfecta, a un conocimiento que valga para siempre y para todos, a principios éticos que sean absolutos.
La representación del cielo en la tierra se debía situar a plomo con la bóveda celeste, lo cual identificaba al centro del templo con el centro del mundo. Y esto nos conduce a hablar de la plomada, que es otro símbolo de la construcción.
Otra hipótesis sobre la visión del cielo podría invitarnos a pensar que aún el templo no está concluido, que el techo no ha sido colocado, que la obra de los masones está inacabada, que estos obreros todavía tienen trabajo por realizar.
El templo es también el lugar donde el hombre puede elevarse y conectarse con lo superior, esto dicho sin connotaciones religiosas. J. Campbell afirma en uno de sus libros que un lugar sagrado puede ser cualquiera, bastará con que uno lo delimite donde desee. “Vivir en un espacio sagrado es vivir en un medio simbólico donde la vida espiritual es posible, donde todo alrededor habla de la exaltación del espíritu”.
Otra pregunta más: si la masonería no es una religión ni se ocupa de ellas, ¿por qué sus miembros se reúnen en un templo que paradójicamente alude a uno en el que se le rendía culto a un dios?
Para responder esto debemos avanzar de a poco. Los templos masónicos también se llaman logias. Esta denominación hace referencia —lo sabemos— a precarias construcciones que se alzaban en las cercanías de las obras en las que trabajaban los antiguos albañiles, quiero decir, los masones operativos. En ellas se discutían los proyectos y cuestiones de importancia para la construcción. Esta denominación, logia, se utilizó después para designar al grupo de hombres que se reunían al amparo de la masonería y, con el tiempo y en boca de los ajenos a la Fraternidad, se tornó casi en un término peyorativo para referirse a un grupo de conspiradores o de marginales. Con relación a esto hilvanaré una serie de especulaciones. Sabemos que el primero en distinguir el espíritu del alma fue Aristóteles. Sabemos también que lo vinculó con el aire. Es decir que, para acceder a determinado espíritu —siempre siguiendo la idea aristotélica—, era menester inspirarlo. No en términos metafísicos, sino psicológicos, un espíritu es una idea, más precisamente una idea directriz, un plan o un esquema que uno o varios hombres pueden seguir; se dice de ellos, por ejemplo, que están guiados por tal o cual espíritu y metafóricamente esto está bien dicho. Ahora, si volvemos a la idea aristotélica, bien podríamos decir que ese grupo de hombres que son guiados por un espíritu lo aspiran; y esto también —siempre en términos casi poéticos o simbólicos— estaría bien dicho. Uniendo estas premisas puede decirse que, cuando varios hombres aspiran un mismo espíritu, conspiran. Los masones son conspiradores y esto, claro está, no tiene nada de malo. En otro sentido, René Guénon le asigna a la palabra logia una raíz sánscrita que la vincula al término loka, que significa ‘cosmos’. Otros autores, en cambio, la relacionan con el logos gnóstico.
7. El regreso a los templos
Se sabe que las primeras logias especulativas inglesas se reunían en tabernas. Ahora, ¿cómo se pasó de la taberna al templo? O tal vez habría que preguntarse por qué se volvió al templo. Y así la respuesta quizá sea obvia: los masones siempre trabajaron en templos, dentro de ellos, construyéndolos desde sus cimientos.
Y sobre los cimientos de los templos se puede contar algo. Se han encontrado esqueletos debajo de muchos templos de la antigüedad. Esto, cuentan los arqueólogos, se debe a que solía sacrificarse un esclavo debajo de los cimientos de los templos con el objeto de que ese espíritu vivificara la construcción. La primera piedra en colocarse era la que señalaba el ángulo noreste de los cimientos y, a partir de ella, se tomaban las medidas de la planta de lo que sería el futuro edificio. La piedra en cuestión recibía el nombre de piedra angular y no debía ser tallada, sino mantenida en su estado natural.
Retomando, quedó claro entonces que no debe extrañar que los masones trabajen en templos, que esto no posee ninguna connotación religiosa en el presente. Los masones en sus orígenes ya trabajaban en templos y evidentemente dejaron de hacerlo, de manera temporaria, cuando abandonaron su faceta operativa. Mas luego retornaron simbólicamente al lugar de trabajo de sus ancestros. Por otra parte, las connotaciones religiosas, acaso, no deberían desecharse tan a la ligera. No debe uno olvidar que la mayoría de los rituales de la masonería moderna contienen un mensaje deísta. El deísmo es la corriente que admite la existencia de un dios, existencia a la que uno llega mediante el uso de la razón. El teísmo, en cambio, también afirma la existencia de dios, mas su justificación se apoya en el dogma o en la revelación.
La noción o idea de ‘dios’ en la masonería se expresa a través del símbolo del Gran Arquitecto del Universo. Ya Kepler y Newton se extasiaban ante el orden del universo que descubrían y que, según ellos, implicaba que alguien lo había establecido. Los masones ingleses poseen una definición para esto, que a mí me gusta mucho. Dicen de él que es el concepto en el que todos acuerdan; ellos utilizan la palabra inglesa agree, que significa ‘acuerdo’. Esto me resulta simpático. Es algo así como una idea democrática de ‘dios’. Todos los hombres, parece, han acordado y votado la existencia de un Gran Arquitecto y eso hace que este exista. Ahora bien, paradójicamente, si ha habido a lo largo de la historia de la masonería un tema de debate, una piedra de disenso y división entre los hermanos, es la idea de ‘dios’. Gran parte de la masonería francesa es decididamente atea y ni siquiera acuerda en la idea o concepto de ‘Gran Arquitecto’. Otras logias del mundo, en tanto, colocan la Biblia al centro de la logia como una de sus luces. No obstante, el libro en cuestión no es referido entre los masones como Biblia, sino como El Libro de la Ley Sagrada, con lo cual estamos hablando de un símbolo y la ley aludida bien puede ser la mosaica o cualquier otra. En otro sentido, la apertura del libro puede tomarse como la exhibición de un punto de acuerdo de las tres religiones monoteístas. No obstante, algunos historiadores afirman que la tradición de exhibir una Biblia durante las reuniones obedece a que se temían incursiones sorpresivas de la Inquisición. Los masones muchas veces fueron acusados de adorar al demonio. En otro orden, deberá recordarse que en la Biblia se hallan los planos del templo de Salomón, sus medidas y descripción. También hay que tener en cuenta que en Occidente —y esto se lo debemos a las religiones— hemos heredado una especie de culto hacia algunos libros que se consideran sagrados. Y este culto ha sido llevado al extremo. Su condición hace a estos libros intocables. Son, en sí mismos, una especie de dogma gigante. Y cuando digo que son intocables, quiero decir que no admiten la más mínima interrogación. Uno debe atenerse estricta y literalmente a su letra o a alguna interpretación que también es sagrada y, por lo tanto, también intocable, también dogmática.
Dice J. L. Borges: “No hay textos absolutos, en todo caso los textos humanos no lo son. ¿Cómo suponer una grieta, un desfallecimiento, en un texto redactado por el Espíritu Santo? Eso es realmente imposible; todo en un texto sagrado debería ser fatal. Creer que el Espíritu Santo ha condescendido a la literatura para escribir la Biblia, que una inteligencia infinita ha condescendido a la humana tarea de redactar un libro, es tan increíble como pensar que Dios condescendió a ser hombre”. El Cantar de los Cantares es claramente una poesía, pero “sagrada”. Esto nos obliga a tomar todas sus palabras y versos literalmente. ¿Qué pasaría si se hiciera lo mismo con toda la poesía escrita? Los hombres creerían entonces que, cuando llueve, es porque “el cielo llora”.
Un libro es muchas veces un instrumento para justificar, defender, combatir, exponer o historiar una doctrina.
En la antigüedad se pensaba que un libro era solamente un sucedáneo de la palabra oral, que era imposible abarcar todo un tema en un solo texto y que este únicamente constituía una suerte de ayuda para una enseñanza oral. Pitágoras no dejó una línea escrita; se conjetura que no quería atarse a un texto. Deseaba que su pensamiento siguiera viviendo y ramificándose en la mente de sus discípulos.
Oswald Spengler señala que el prototipo del libro mágico es el Corán. Para los musulmanes no se lo puede estudiar ni histórica ni filológicamente, es anterior a la lengua árabe y al universo. Ni siquiera es una obra de Dios, es algo más íntimo y misterioso. El Corán es un atributo de Dios, como Su ira, Su misericordia o Su justicia. En el mismo Corán se habla de un libro misterioso, “la madre del libro”, que es el arquetipo celestial del Corán, que está en el cielo y es venerado por los ángeles.
Existe un gracioso adagio literario: la verdad es escasa; si los autores se restringieran a ella, casi no habría libros.
No deberá pensarse que pretendo impugnar la lectura o abolir los libros, todo lo contrario; qué sería de nosotros sin ellos. Lejos está también de mí el atacar la fe que muchos poseen en los libros sagrados.
Los libros son indispensables, pero el cuestionamiento de su contenido, también. En términos de la Biblia: la letra mata, el espíritu vivifica. Esto no es tan cierto. Más allá de lo expuesto, quiero decir que, tal vez, la presencia de la Biblia en las logias masónicas no deba tomarse sólo como una referencia estrictamente religiosa.
8. El templo de Salomón
Es el momento de preguntarse: ¿por qué la masonería tomó como modelo el templo de Salomón?
Ya Flavio Josefo y Filón están de acuerdo en mostrar al templo de Salomón como representación del cosmos. Filón, incluso, describe elementos de su interior y con ellos justifica su apreciación. Del candelabro de siete brazos afirma que cada brazo representa un planeta; la mesa, la acción de gracias; los doce panes, los meses del año. Antiguos documentos masónicos ingleses mencionan el templo de Salomón. El manuscrito Cook (circa 1420) hace mención del templo y también de un personaje muy interesante: Beda el Venerable, un monje benedictino que fue el impulsor de la tradición hebrea en Inglaterra y en el norte de Europa. Escribió un texto fundamental sobre el templo de Jerusalén. No debe desprenderse de esto que Beda fuera masón o que escribiera particularmente para los gremios. La obra de Beda resulta de capital importancia en la exégesis bíblica y en la adopción del templo de Salomón como modelo alegórico de la construcción del Universo. El templo salomónico era el ideal para aquellos que tenía la responsabilidad de edificar la arquitectura sagrada del Nuevo Imperio. Prueba de esto son las dimensiones cuadradas y doblemente cuadradas, tan bien explicadas en la Biblia al referirse al templo de Salomón, que pueden verificarse en numerosas iglesias románicas. Probablemente, es así como ya los antiguos gremios tuvieran a modo de guía espiritual al templo de Salomón y quizá fuese de esta manera como la masonería actual heredó este esquema. Así y todo, no debe perderse de vista que un templo refleja siempre la cosmovisión o la concepción del universo que alcanza una cultura. Los templos griegos tenían una estructura abierta (eran, por lo general un techo sostenido por una columnata), en tanto que el de Salomón mostraba una disposición cerrada y tripartita. Representó en su tiempo el establecimiento de un pueblo que hasta ese momento había errado por el Levante brindándole a su dios el mismo tipo de vivienda que ellos conocían y utilizaban, una tienda. La construcción en piedra, madera y metales simbolizó para el pueblo elegido un definitivo avance sociocultural. Salomón es también un símbolo de civilización. Así como Moisés enmarcó en su decálogo normas de convivencia básicas y rudimentarias para una tribu nómada y casi salvaje, Salomón en su función como juez empleó y desarrolló un tipo de justicia más específico y moderno. Otro aspecto que debe tenerse en cuenta en la inclusión del templo de Salomón en la simbología masónica es el político. Sin duda, quienes crearon el esquema moderno de la masonería sabían que el relato de la construcción del templo se encuentra en el Viejo Testamento y este libro es aquel en el que coinciden las tres grandes religiones monoteístas. Quiero decir que la adopción de símbolos universales permitiría facilitar y allanar cualquier tipo de conflicto moral y religioso dentro de la Institución. No obstante, no debe confundirse esto con impulsar un sistema general de religiones sincréticas. La tolerancia religiosa es política y prudente, no una expresión de creencias.
9. Las cámaras secretas del templo
Volviendo al simbolismo del cielo abierto, hay quienes afirman que a lo que hace referencia es a que quienes ingresan a un templo masónico no saben que todavía no lo han hecho en realidad. El templo de Salomón contaba con tres partes. La exterior o pórtico era una especie de patio a cielo abierto donde se erigían las conocidas columnas de bronce. Trasponiendo las puertas se llegaba al Santo o ambiente central del interior del edificio. Y, finalmente, a continuación, el Santo de los Santos, que era un recinto más pequeño donde se guardaba el Arca de la Alianza junto con otros objetos de valor, tales como la piedra de Bet-el y las Tablas de la Ley. A este recinto sólo podía acceder el sumo sacerdote. Quienes defienden esta teoría sostienen que el templo masónico sólo representa simbólicamente al pórtico antes mencionado. De ahí la presencia de las columnas de bronce. Ateniéndose a esta hipótesis, uno podría suponer que en un templo masónico existen otras dependencias a las que ni los profanos ni, tal vez, todos los masones pueden acceder. Acaso esos otros recintos no sean reales, sino simbólicos. De hecho, y ya lo he señalado, se menciona en la mitología masónica la existencia de un Oriente eterno, zona que se ubica, según la tradición, más allá del Oriente del templo simbólico. (Debo aclarar en este punto que dentro del templo la ubicación espacial de sus elementos se realiza con referencia a los puntos cardinales.) Así, el Venerable Maestro de la logia se ubica al Oriente y el Primer Vigilante lo hace al Occidente. El Oriente eterno es una figura que ni siquiera la masonería se preocupa mucho por describir. Cuando muere un masón, sus hermanos afirman que pasó al Oriente eterno. Esto podría ser tomado como una concepción religiosa, como el establecimiento de una doctrina que aceptara la vida después de la muerte. La misma Institución desacredita estas especulaciones. En ocasión de las tenidas fúnebres, que son ceremonias que los masones realizan cuando un miembro de la fraternidad fallece, la liturgia refiere que ya no existen posibilidades de tomar contacto con él nuevamente. Que el hermano está viajando por el Oriente eterno, entre valles oscuros y desconocidos —es decir, por una especie de limbo indefinido— y que ya no volverá. Resumiendo, sobre lo que ocurre después de la muerte, la masonería no adopta ninguna de las versiones existentes; simplemente no opina. Sin perjuicio de lo dicho, conviene rescatar un detalle que ya he mencionado. El Venerable Maestro de la logia, que ocupa, como dije, un sitial al oriente, porta una espada flamígera. Y esto me recuerda el episodio de la expulsión de Adán y Eva. En él, una vez efectuada la condena, Yahvé coloca un querubín con una espada flamígera para custodiar la entrada al Paraíso, para evitar el retorno de los hombres. Esto puede o no tener relación (las espadas flamígeras poseen muchos otros simbolismos), pero no puede negarse que es una situación similar. O, tal vez, la masonería sí posee una idea de lo que ocurre después de la muerte, mas no la confiesa.